Durante mucho tiempo he vivido tratando de lidiar con el agobio, la ansiedad o incluso el temor en situaciones en las que no entendía por qué me sentía así, puesto que no había ningún peligro a la vista. Y es que la gran mayoría de veces el problema no era la vista, sino el resto de los sentidos. Ruidos fuertes y repentinos, demasiada gente en un vagón, el roce con una textura nada agradable… Detalles que no deberían suponer demasiado problema y que, sin embargo, lo suponen. Tras años descubrí que la respuesta era la sobrecarga sensorial.